18 de septiembre de 2013

Bedlam

Te levantas e intentas no pensar en ello. Tomas un café, sales, entras, escribes, hablas, trabajas, comes, miras el móvil, escuchas música, finges que ves la tele, te pierdes por internet, llamas por teléfono... y tratas de aparentar que puedes apartarlo de tu mente. Pero sabes que no es así, y por eso no eres capaz de mirar fijamente al reflejo que te devuelven tus ojos en el espejo. La idea te agobia, y temes que llegue el momento de irte a la cama, porque sabes que allí no tendrás nada a mano que te ayude a apartarte de tus pensamientos. Porque entonces, y sólo entonces, tendrás que enfrentarte a ellos. 

En realidad esos pensamientos te corroen a lo largo del día; a lo largo de la semana. Tratas de ahogarlos en medio del ruido de fondo que suponen las distracciones diarias, pero eso sólo hace que la sensación de asfixia sea aún mayor. Y cada noche, mirar a ese techo blanco sobre tu almohada se hace aún más difícil. 

Te debates entre lo que puedes, lo que debes, y lo que quieres hacer. Crees tenerlo claro; de hecho, lo tienes. Pero no te atreves, porque eres demasiado cobarde, aunque sabes que es inevitable, y que retrasarlo sólo lo hará peor. 

Finalmente, aunando todas tus fuerzas, te decides: vas a hacerlo. Vas a dar ese paso que tanto ansías. El que, esperas, lo cambiará todo. Lo harás.

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Te despiertas con las ideas claras. El olor a café inunda la mañana y tu determinación se ahoga con las salidas, las entradas, el trabajo, los ruidos, los móviles, la televisión... Y, al final, como siempre, sólo queda ese techo blanco e infranqueable. Vacío, como tú. 

(Let music fill your life...)

2 comentarios:

Joselu dijo...

¿Qué pasó con el blog?
¿Y qué pasó con la asfixia y el atreverse?

Unknown dijo...

Con el blog lo habitual: mi falta de compromiso. Con los otros... siguen persiguiéndome cada noche cuando miro al techo.