21 de marzo de 2010

Con los cinco sentidos

Hace algún tiempo leí por ahí que la mayoría de los jóvenes de 16 años tienen tal desgaste auditivo que sus oídos podrían ser confundidos con los de una persona de 65 años, afectada por el desgaste natural.

A base de documentales forzosos (o, al menos, algunos de ellos), ahora me resulta imposible el hecho de obviar que la comida a nuestro alcance cada vez es más artificial. Perdemos los sabores aunque ganamos en olores. Si por lo menos fuera verdad eso de que comemos con los ojos…

En teoría los humanos cada vez somos más altos y vivimos más años. Sin embargo la longevidad no siempre es sinónimo de salud. Dolores de huesos, pérdida de memoria… y no recuerdo qué más.

Una de las cosas que más me gusta de la casa de mis padres es que a menos de tres minutos puedo pisar el campo directamente y respirar aire puro, un lujo que ni el más rico puede permitirse en la ciudad. Llegará un momento en el que en lugar de bombonas de oxígeno necesitemos respirar humo para vivir, tal y como presagiaba Mecano.

Las posibilidades de acceder a la información se multiplican a cada instante, aunque ello no impida que cada vez nos aislemos más del mundo. Eso por no hablar de la agonía que sufre el lenguaje por nuestra causa.

Dicen que tenemos más libertad que nunca para expresarnos. Pero lo que no nos dicen es que tratan de moldear nuestro pensamiento, de forma que lo que pensemos no les suponga ninguna preocupación.

El otro día fui a la óptica a graduarme y, para variar, las dioptrías siguen ganando terreno a mi visión. Las formas se vuelven cada vez más borrosas, y no sé qué haría de no ser por estos pequeños cristales que me salvan la vida cada día. La culpa seguramente la tenga el ordenador, un arma tan poderosa como nociva que, a pesar de todo, no puedo ignorar.

Y ahora, ¿qué? Podemos quejarnos. Podemos incluso deprimirnos. Los más valientes tratarían de hacer lo posible por cambiar la situación. Pero hay cosas contra las que no se puede luchar. Y en el fondo, eso es bueno. Yo, por mi parte, he tomado mi decisión:

A partir de hoy voy a escuchar toda la música que pueda. Música de verdad, de esa que te toca el alma y te sale por los poros de la piel. Puede tener letra o no tenerla. Las mejores cosas no siempre se dicen con palabras. Voy a probar lo que me apetezca y a disfrutarlo sin preocuparme por nada más. Y, a pesar de las prisas y el estrés, voy a saborear cada bocado que me quede. Voy a andar mucho. Y a correr. Quiero sentir el aire en mi cara y el cansancio por la noche al meterme en la cama. Adoro la sensación de haber aprovechado el día hasta el último instante. Voy a llenar mis pulmones con cada bocanada de aire. Voy a leer, a escribir, y a cantar tanto como pueda. Voy a hablar con esa gente que merece la pena, y no voy a desperdiciar mis palabras en discusiones vanas que no llevan a nada. Voy a pensar por mí misma, y voy a tener las ideas más claras. Voy a mirar aquello que sea digno de admirar, y a tratar de pasar de puntillas por aquello que no aporte nada. Voy a llorar de emoción con buenas películas y de alegría con la imagen de aquellos a los que más quiero. En definitiva, voy a dejar de sobrevivir para empezar a vivir. ¿Te animas a hacerlo conmigo?


(Let music fill your life)

1 comentario:

El Viejo dijo...

Desde luego algunas de las mejores cosas en esta vida se dicen sin palabras... pero en otras ocasiones, los duendes del teclado permiten que algunas maravillas surjan... como esta entrada.La competición es mucha, musical, cinematográfica, televisiva... así que de vez en cuando hay que recordar que la diferencia de escribir algo bien o mal es tan nimia, tan pequeña como... importantísima, hay que elegir entre apagar la radio con delicadeza o pegarle un porrazo y romperla, cada uno sabe qué opción coger.

Bonitos propósitos, que te salgan bien, amiga. Cordiales saludos.